La Clínica Universitaria Reina Fabiola (CURF) comenzará con la construcción de salas de parto mínimamente intervenido. Estos espacios, que contendrán entre otros elementos pelotas, bañera y música, se constituyen como una alternativa médica para aquellas madres que deseen tener a sus bebés con la menor intervención posible pero con la seguridad médica como respaldo.
La doctora Mariana Roggero, jefa del Servicio de Ginecología y Obstetricia de la Clínica Reina Fabiola, reflexiona sobre las diferentes formas de llevar a cabo un parto y la importancia de respetar la decisión de la futura madre, pero también de escuchar el consejo del profesional.
–Basados siempre en su tradicional atención personalizada, y sustentado en sus prestigiosos tocoginecólogos, este grupo obstétrico trabaja permanentemente para actualizarse, aumentar la complejidad de atención en los embarazos de alto riesgo y dar respuesta a las preferencias de nuestras pacientes. Como ejemplo, puedo citar que se creó el grupo de Medicina Fetal para la atención de embarazos complicados, pero también se convocaron obstetras jóvenes fuertemente alineados con nuestra particular visión médica de contención y compromiso para que cada paciente encuentre en la CURF el acompañamiento adecuado a sus necesidades personales y de salud perinatal. En ese sentido, desde hace varios años comenzamos a repensar nuestras prácticas obstétricas para dar respuesta a una porción de la sociedad que deseaba transitar un parto mínimamente intervenido. Sobre todo nos motivó la preocupación que nos genera aquellas personas que ahuyentadas por el sistema de salud optan por un parto domiciliario sin conocer acabadamente los riesgos innecesarios a los que someten. Aunque no fue fácil sacudir nuestras estructuras tradicionales, abrazamos la convicción de cuidar sin medicalizar a aquellas mujeres que así lo solicitaran.
–Si bien habitualmente se utilizan como sinónimos, en mi opinión, no deberíamos hablar de parto humanizado para referirnos a los partos que se ajustan a procesos estrictamente naturales. Eso convierte en no humana o menos humana a la mujer que desea, por ejemplo, recibir analgesia medicamentosa para evitar el dolor del parto o a aquella que, por convicciones personales, opta por una cesárea para el nacimiento de su bebé. Precisamente, elegir entre diferentes opciones utilizando nuestro discernimiento informado es lo que nos hace humanos. Por otro lado, no existe la ausencia de intervención durante el parto por natural o fisiológica que resulte la intervención. La contención emocional, la esferodinamia, la adecuación del espacio para parir y la música que elegimos son intervenciones.
–Si la mujer embarazada construyó sus preferencias sobre la base de haber recibido información objetiva y completa desde fuentes válidas, sí. Para eso, primero debe despojarse de posicionamientos radicales y patrones autoescogidos para escuchar a un profesional que también haya sido capaz de despojarse de patrones tradicionales y haya repensado sus prácticas. Aquí es menester incluir al niño por nacer, quien tiene los mismos derechos que su madre, pero no puede decidir. Entonces, toda información efectiva, debe comprender los riesgos y beneficios que cada práctica presenta para la mamá y el bebé.
–Esa respuesta no resiste un análisis simple, ni un pensamiento llano. Citando a la educadora argentina Lucía Garay: "la cosmovisión del colectivo social se imprime en la lógica toda actividad humana de existencia: seguridad, salud, educación o economía". Entre estas actividades, existen hitos que se impregnan de simbolismos culturales tan determinantes, que son capaces de modificar leyes, costumbres, conductas médicas. Nacer y morir son dos de esos hitos: la representación mental individual de cómo es digno nacer o morir, está determinada por los valores culturales de cada colectivo social en un momento sociohistórico determinado. Durante el último cuarto del siglo pasado, se conjugaron varios factores que condujeron a la medicalización del parto. Como ejemplos, podemos mencionar la necesidad de evitar las consecuencias sanitarias nefastas de los nacimientos domiciliarios, la inserción de la mujer al mundo laboral ejecutivo, académico y político, la cultura tecnocrática y su primacía por los resultados, los avances científicos que dotaron de seguridad a la cesárea y a la anestesia y el negocio de los juicios de mala praxis. Una respuesta a todas estas necesidades resultó ser el intervencionismo obstétrico expresado en cesáreas e inducciones programadas. En ese momento, esta conducta resultó funcional a todos los actores. Pero después la cosmovisión social cambió radicalmente cuando cambiaron los paradigmas culturales. Todo esto, que no deja de ser un acotado (y recortado) análisis, convierte al modo ideal de parir en un tema que enfrenta a personas con convicciones diferentes y tristemente fundamentaliza posiciones convirtiéndolas en riesgosas.
–Al parto domiciliario, por ejemplo. La única práctica que ha logrado reducir las secuelas graves y la mortalidad maternoneonatal del parto fue su institucionalización. Ahora bien, cuando una pareja recorre consultorios solicitando que se respeten sus preferencias y se encuentra con médicos que sostienen y defienden el intervencionismo tradicional, se siente expulsada del sistema de salud y opta por parir en su casa, corriendo riesgos innecesarios y asumiendo posibles consecuencias irreversibles. Y, desde la óptica inversa, cuando una pareja se acerca al consultorio exigiendo un parto a la carta, oponiéndose a cualquier práctica médica y pretendiendo despojar al profesional de todo saber o decisión, obviamente es el médico quien intencionalmente se ocupa de expulsarla porque no es posible practicar medicina a quien no acepta recibirla.
–Nunca. Es como preguntarse cuándo es seguro andar en moto sin casco. Aún en las mejores condiciones obstétricas existe un 6 o 7% de partos que van a complicarse y requerirán atención médica e institucional más o menos inmediata. Si esa atención no es recibida a tiempo, la pérdida del bienestar fetal o las complicaciones maternas pueden ocasionar secuelas irreversibles o incluso, la muerte. Y, por supuesto, ninguna persona desea eso para sí misma o su hijo.
–Claro que no. La medicina es una ciencia de procesos, no de resultados. Esto sería como creer que si andamos en moto con casco nos libramos de todo riesgo. En realidad, lo que la institucionalización del parto ofrece es vigilancia necesaria y expectación armada para responder eficientemente a cualquier complicación que se presente. Esto disminuye al mínimo las secuelas y la mortalidad, evitando correr riesgos innecesarios.
–Lograr ese saludable punto de encuentro es responsabilidad de ambas partes. Los actores sociales fundamentalistas deben hacerse cargo de la obstetricia intervencionista porque la creamos entre todos y deben confiar en el saber del profesional para disminuir las potenciales consecuencias negativas de parir y nacer. Y por nuestra parte, los agentes de salud debemos repensar nuestras prácticas y olvidar la medicina paternalista para poner nuestro saber al servicio de la seguridad de los pacientes sin invadirlos, sea una cesárea por elección o un parto mínimamente intervenido.
Fuente: www.lavoz.com.ar